Atlas agencia

Dos infartos y cuatro ictus dejaron a Francesc Augé con 55 años sin ganas de vivir más. "Ahora no soy, no quiero sufrir más de lo que he sufrido", asegura. Tiene dificultades para hablar y un 75% de discapacidad que le obliga a ir con muletas, pero puede conducir. Por eso, él habla de secuelas invisibles. "La gente se piensa que si no se ve el dolor, no existe, y para mí existe", afirma. Es un dolor más psicológico que físico, pero la comisión de garantías confirmó que padece "un sufrimiento crónico imposibilitante", uno de los dos supuestos contemplados por la ley, y aprobó su eutanasia para septiembre del año pasado. "Ya tenía hora y día y lugar también", subraya. Pero al enterarse sus amigos todo cambió. Confabulados con su padre paralizaron el proceso al recurrir ante el Tribunal Superior de Justicia catalán, que considera que tiene legitimidad como progenitor para velar por su hijo. "Nos chocó mucho esta resolución. Quizás es un precedente en esta ley de hace cuatro años, que necesita un poco más de evolución en cuanto a la materia". La sentencia vuelve a poner el foco en el debate sobre la eutanasia, mientras Francesc reivindica su plena capacidad de decidir sobre su propia vida. "La vida es mía y de nadie más", puntualiza.

-Redacción-