Atlas agencia

Ocho minutos después de las 10:00, el papa sale a la plaza de San Pedro en El Vaticano. 14 sediarios lo portan, 14 trabajadores laicos que ostentan el honor vitalicio de alzar los tronos de los pontífices, vivos o muertos. La estremecedora belleza de las voces del coro de la Capilla Sixtina, subliman el momento histórico. Fuera más de 200 mil personas contemplan, en absoluto silencio, una coreografía casi militar en la que los colores importan. Una de las reglas es el obligado color negro para las autoridades, regla que algunos como Donald Trump rompen con un alivio de luto azul marino. Tampoco es casual la asignación de los asientos, que sigue un estricto protocolo por orden alfabético de los países en francés, el antiguo idioma de la diplomacia que solo reina ya en El Vaticano. Sobre el humilde féretro, el sagrado libro de los Evangelios. El cardenal Giovanni inicia la homilía. Plegarias en seis idiomas, también en alemán, árabe, polaco y una vez más, Francisco nos sorprende con otra novedad, la primera plegaria en chino mandarín. Una homilía a 20 grados, bajo un sol asfixiante del que obispos y fieles trataban de protegerse. Dos horas de ceremonia, con una impecable realización en la señal vaticana que sublimaba cada paso de las exequias. Entre aplausos, el ataúd del papa Francisco regresa a la basílica de San Pedro y se detiene una última vez ante la tumba del apóstol. Las campanas de San Pedro tocan a difunto.

-Redacción-