El Sánchez demacrado que vimos en Ferraz es unas de sus últimas imágenes de mayor impacto. No era maquillaje. Son los efectos de un año feroz, la factura de los escándalos y el acoso judicial. Su mujer, su hermano, lo de Ábalos y Koldo, el enredo del fiscal general, el esperpento de Leire, fueron el preámbulo del caso Cerdán. La cara de aquel día, como espejo de una situación singularmente crítica. Ha sido todo menos un año fácil. El acoso cuando la dana en Valencia -otro momento clave- le ha recordado a Sánchez lo complicada que se le ha puesto la calle. La agitación ultra (la polarización) la ha convertido en un terreno hostil para todos, singularmente para él. Sánchez, el presidente de la pandemia, de Filomena, el volcán y un par de guerras, ha sido también el del gran apagòn. Le pilló, claro, curado de espanto. Eso sí, con el paso del tiempo el episodio ha retratado este año: no pudo sacar adelante el decreto de refuerzo del sistema eléctrico. Al Gobierno se le han ido fundiendo los apoyos. Reflejo de este tiempo han sido también: el Sánchez teatralmente solo que vimos en La Haya ¿enfrentado al mundo? No. Más bien, haciendo ver que se planta anteTrump y su 5%, ante Netanyahu y su "genocidio". Ese otro Sánchez doméstico, a solas consigo mismo,debatiendo si poner o no punto y final a la historia. La respuesta llegó en un pleno de poco después: "Tirar la talla no es una opción", dijo el presidente cerrando toda incertidumbre sobre su futuro. El minuto y resultado de la legislatura habla, pues, de un Sánchez dispuesto a seguir tras este año que -quién se acuerda a estas alturas- arrancó con la amnistía.