De cuclillas, sin más protección que unos guantes de látex limpia los restos de una escena que podría espantar a cualquier aprensivo... "Cuando empecé, el olor se me pegaba a la nariz y la garganta, pero me he acostumbrado", dice Tatsumasa, este empleado de limpieza que se afana en rascar la sangre y otros restos del salón donde fue hallado sin vida un anciano solitario que llevaba más de seis meses muerto. A su lado está el agente inmobiliario que pretende vender el apartamento: "Puede tener un descuento de hasta el 20%, porque es una vivienda estigmatizada", asegura Akira Ookuma, el intermediario de la venta especializado en este tipo de inmuebles. Son las llamadas "jiko bukken", 'casas manchadas de muerte' que apenas tenían mercado en Japón, porque la religión autóctona, el sintoísmo, hace creer que el alma del difunto, si se debe a un fallecimiento trágico o violento, se convierte en un fantasma que se aferra al lugar, con rencor o abrumado por el dolor. Así lo apunta Taisuke Sadayuki, profesor asociado de Economía de la Universidad de Seijo (Tokio) que investiga el impacto dentro del mercado inmobiliario nipón de este tipo de fallecimientos en aislamiento social. Algo cada vez más común en un país envejecido. Los descuentos de estas viviendas suponen una ventana de oportunidad cada vez más demandada por la escasez de oferta y el alza de precios, más de un tercio en el último año por la debilidad del yen y la entrada de capital extranjero para especular, entre otros condicionantes, como el incremento del coste de los materiales de construcción. El miedo a los espíritus es tal en Japón que las agencias inmobiliarias incluyen en su 'pack' de limpieza algo tan discutible como la certificación de que no hay nada paranormal en el lugar. Así lo hace Kazutoshi Kodama, consultor e investigador de espectros, en un inmueble de la prefectura de Chiba donde apareció ahorcada una anciana y, siete años después, su hijo, también muerto en soledad y localizado ocho días después.