Una sola imagen resume el éxodo de Gaza: un camión convertido en casa ambulante cargado hasta lo imposible con lo poco que queda de la vida de estas familias. Sobre el camión descansan hasta siete sillas de plástico apiladas, usadas en otro tiempo para comidas familiares y cumpleaños y ya sin ocasión para volver a sentarse en ellas en la que hasta ahora ha sido su casa. Justo al lado se puede ver lo que parecen dos ruedas de bicicleta, imprescindibles para moverse en unas carreteras apenas sin coches ni gasolineras. Una escalera, pensada para subir, hoy también se ve obligada a huir. A cuestas también enormes bidones negros como guardianes de lo más preciado: el agua, imprescindible y escasa en una Gaza devastada. Se amontonan los colchones, las mantas, la madera. Y en medio del caos asoman los niños, mezclados con lo que antes era su casa. Desde arriba y vigilando el trayecto, están los adultos, que protegen lo poco que llevan consigo. En contraste, un cielo en el que no se ven edificios. De momento, para miles de palestinos, sólo camino.