Por sus encuentros en la Casa Blanca e incluso por sus planes para convertir Gaza en un enorme resort turístico se podría pensar que Trump y Netanyahu son grandes amigos y aliados. De hecho, en lo que va de año ya se han visto en dos ocasiones. Pero el primer viaje oficial del segundo mandato de Trump cuestiona esta supuesta buena relación. Porque el magnate no ha hecho parada en Israel. Como sí hizo en el primer viaje oficial de su primer mandato. No ha habido apretón de manos con el primer ministro israelí, pero sí con el exyihadista y hoy presidente de Siria, Al Sharaa. Algo que no gusta nada a Netanyahu. Tampoco le ha debido sentar nada bien al mandatario israelí que Trump intente llegar a un acuerdo nuclear con Irán, su archienemigo, o que cierre multimillonarios acuerdos de armas con las dictaduras del Golfo. O que hable directamente con Hamás para lograr la liberación del último rehén estadounidense vivo secuestrado en Gaza. "Hay que abordar la situación de la Franja porque mucha gente está muriendo de hambre", ha dicho Trump antes de volver a casa. El último agravio de un viaje que, indican los analistas, da la espalda a Israel, bajo la alfombra, y en un incómodo segundo plano.